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Merkel-hollande, en tiempo de descuento


La política continental europea de fines del siglo pasado fue dominada por la actuación del canciller alemán Helmut Kohl (1982-1998) que junto con su par francés, el presidente François Mitterrand (1981-1995), lideraron hace 20 años la firma del Tratado de la Unión Europea (Tratado de Maastricht) que sentó las bases de una unión económica y monetaria con la introducción de una moneda única. Parecía que el siglo XX, testigo de los horrores y secuelas de dos guerras mundiales, quería redimirse sentando las bases de una nueva Europa. El mundo recibía con beneplácito el fin de la guerra fría y el optimismo invadía el ambiente europeo, que pretendía expandir e integrar el modelo de estado benefactor en todos los rincones del continente. El Tratado de Maastricht preveía un criterio de convergencia de los principales indicadores económicos de sus miembros para que la unión monetaria fuera estable y creíble. El euro, sucesor del marco alemán, fue creado pensando que los países miembros de la UE se irían comportando gradualmente como Alemania. El primer día de cotización del euro, en enero de 1999, se cotizó a 0,90 dólar por unidad y en plena burbuja financiera alcanzó el máximo de 1,599 por dólar. Los escasos controles, la lentitud y la laxitud en aplicar las reglas creadas por la burocracia europea sumadas a la poca orientación a la disciplina fiscal de sus integrantes encontraron a la mayoría de las naciones europeas sin fortaleza fiscal y financiera para hacer frente a la crisis iniciada en 2008. Presupuestos Según datos oficiales de la UE, los presupuestos nacionales describieron un aumento del 62% durante la primera década de este siglo elevando el gasto público a un promedio del 44% del PBI. El año pasado, ningún país miembro de la UE cumplió los criterios de Maastricht de endeudamiento por debajo del 60% de su PBI y de déficit fiscal inferior al 3%. Las sucesivas crisis económicas nos hicieron recorrer la geografía europea -Irlanda, Portugal, Grecia, España, Italia- hasta tocar las puertas del Palacio Eliseo, cuyo gasto público supera largamente el 50% del PBI. En este punto, resulta interesante recordar al economista Jean-Luc Greau, acérrimo crítico de los neoliberales, quien en su libro «Le capitalisme malade de sa finance» sugiere que el gasto público deja de ser productivo cuando supera un tercio del PBI. Asimismo, propone que «la alternativa al estancamiento y deflación neoliberales es priorizar el trabajo productivo» y que «depender exclusivamente del endeudamiento de los hogares para impulsar la demanda es una imprudencia». Está claro que la EU no es Alemania y que el euro no es el deutsche mark, aunque todos quisieron pensar que lo eran para beneficiarse de tasas de interés cuasi alemanas que no tenían implícito el verdadero riesgo-país, léase griego, irlandés o español. Europa transita horas de angustia dolorosamente duras por políticas miopes de ajuste y austeridad que llevan a la recesión y que no pueden revertir los desajustes generados por años de torpeza política y de recetas de eurócratas que no supieron o no quisieron prevenir o amortiguar la crisis. El desempleo supera el 10%, mientras que los jóvenes son los más afectados, con una tasa promedio del 22%, pero que supera el 30% en Italia, Irlanda y Portugal y llega al 50% en Grecia y en España. No es de extrañar que aparezcan movimientos por fuera de las estructuras políticas tradicionales como los indignados españoles, el partido pirata alemán, el M5E italiano o los grupos xenófobos de extrema derecha griega. Europa tiene margen de maniobra para mejorar su situación. El índice de inflación promedio se mantiene por debajo del 3% y puede permitir una mayor inyección de liquidez desde el BCE para reactivar la economía y salir del círculo vicioso de ajuste, desempleo, pobreza y bajo crecimiento que la afecta. Alemania, por su pasado hiperinflacionario y su aversión a europeizar la deuda, es la más reacia a esta medida, pero cuanto más se demore su aplicación, mayor será el costo de capital social que deba absorber la comunidad europea. El panorama fiscal tiene que ser repensado con un esfuerzo más equitativo donde la carga impositiva tiene que ser soportada en mayor proporción por los que más tienen. Asimismo, el enorme gasto público tiene que ser mucho más eficiente y redirigido para reforzar las políticas de contención social para proteger las capas más pobres y desposeídas de la sociedad europea. Los vientos de la historia han comenzado a soplar con mayor intensidad para frau Merkel y monsieur Hollande, quienes enfrentan tiempo de descuento para corregir los errores del pasado y fortalecer los cimientos de una Unión Europea que amenaza desmoronarse.

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