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La locomotora del crecimiento se transforma en el furgón de cola


La locomotora del crecimiento regional ha perdido impulso y se está transformando en el furgón de cola del Mercosur. Los nuevos aires del contexto internacional parecen no sentarle bien a un Brasil que presenta una historia reciente de gran progreso económico e inclusión social, pero que muestra un futuro incierto ante los cambios que se avecinan. Las políticas monetarias expansionistas de las principales economías del globo encontraron en Brasil -un país con tasas de interés positivas a lo largo de su historia- uno de los paraísos para la especulación y ganancias de corto plazo. La masiva entrada de dólares sobrecalentó la demanda interna y sobrevaluó su moneda haciendo aún más atractiva la especulación de aquellos que obtenían fondos a muy bajo costo y los utilizaban para financiar el creciente consumo local a exorbitantes tasas de interés. Incapaz de manejar la entrada de fondos especulativos, Brasil comenzó a denunciar la guerra de monedas al tiempo que acumulaba reservas por más de 370.000 millones de dólares. Los vientos están variando y un marcado cambio de humor se esparce por el tejido social brasileño, donde las protestas sociales son sólo la punta del iceberg de un modelo que se ralentiza al tiempo que pide cambios. El crecimiento estimado para el año en curso apenas supera el 2%, la inflación se aproxima al 6% y la tasa de interés se encamina a paso firme hacia los dos dígitos. A su vez, el creciente déficit de cuenta corriente orilla el 4% impulsado por el desbarranco de la balanza comercial. El anuncio de Ben Bernanke sobre el fin de la política de estímulo monetario ha llevado a los fondos a cambiar rápidamente de rumbo abandonando aquellos países emergentes que, como Brasil, se preocuparon por denunciar la guerra de monedas, pero no se prepararon para ganar la paz cambiaria. Brasil es víctima de su propia incapacidad para seguir avanzando y generar una ola de crecimiento sostenido. La economía brasileña continúa siendo de fronteras cerradas escudada en barreras paraarancelarias y una enorme burocracia nacional y estadual que desalienta la competencia y favorece la corrupción. La inversión -pública más privada- es decididamente baja para fomentar un crecimiento de largo plazo. Apenas bordea el 18% del PBI mientras que la inversión en infraestructura básica no llega al 2%. Las mejoras en educación no han sido suficientemente profundas y la escasez de mano de obra preparada es notoria en todos los niveles de la economía. Las subas salariales no han sido compensadas con un aumento en la productividad, por lo que están reduciendo la competitividad local. Los 24 ministerios más las 15 secretarías/organismos con estatus de ministerio que dependen de la presidenta Dilma son un complejo laberinto que atenta no sólo contra una eficiente ejecución del presupuesto, sino que también constituyen un obstáculo para simplificar y modernizar la gestión del Estado. La reciente salida de fondos especulativos originó una devaluación del real del 15% que ha sido bienvenida por la industria y por los exportadores, pero que genera presión sobre la inflación. Las enormes reservas de moneda extranjera permiten al Banco Central un amplio margen de maniobra, pero Brasil necesita reformas profundas e inversiones en infraestructura para viabilizar todo su potencial; 2014 es un año eleccionario y no será un campo fértil para cimentar este tipo de cambios, por lo que ya se vislumbra otro período muy similar al actual con un pobre crecimiento del 2%. Brasil 2015 es largo plazo, pero todos estaremos pendientes para saber si nace un nuevo proyecto que relance el crecimiento para seguir avanzando hacia una mayor equidad social o si sólo se apostará a la devaluación para maquillar un modelo que está languideciendo.

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