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Churchill, los liderazgos y el nuevo orden multipolar

Cuando las tinieblas del nazismo se cernían sobre una Europa que se arrodillaba ante el poderío fascista y el mundo observaba inmóvil cómo los perros de la guerra sesgaban la vida de millones de personas, sólo el ardor combativo, el coraje terco y el temple de acero de un combatiente de otra época pudo evitar la caída del último bastión democrático del Viejo Continente. Winston Churchill se encontró en 1940 con un destino que lo estaba esperando; un destino para el cual estaba hecho en cuerpo y espíritu. "Todo dependía de él y sólo de él. Sólo él tenía la energía necesaria para hacer creer a la nación que podríamos vencer", escribía Sir Edward Bridges, según la biografía de Churchill de Max Hastings. Si Gran Bretaña caía, la historia de la humanidad y de la democracia hasta nuestros días hubiera sido muy distinta. Churchill defendió con valor, inteligencia y astucia la última frontera democrática de Europa cuando Estados Unidos se mantenía neutral y la Unión Soviética se repartía Polonia con los nazis. Hacia el fin de la guerra fue partícipe, con las otras potencias vencedoras, de un arbitrario y cuestionado reparto de poder que creó las bases de un nuevo orden mundial y la definitiva decadencia del Imperio Británico que él tanto defendió. Un orden bipolar, obtenido sobre la sangre de millones de víctimas en el mundo, que marcó el fenomenal ascenso americano frente a la desafiante actitud soviética. El derrumbe de la Unión Soviética determinó el nacimiento de un mundo unipolar -el imperio democrático americano- donde se suponía que la globalización y la caída de las barreras ideológicas y nacionales darían paso a una mayor prosperidad económica. En cambio, más de un cuarto de siglo después presenciamos un mundo donde los nacionalismos se acentuaron, el terrorismo se profundizó y los conflictos bélicos aumentaron de manera alarmante al punto que los refugiados y desplazados superan en número a los de la Segunda Guerra Mundial. Las contradicciones del sistema, tanto en occidente como en oriente, impactaron dramáticamente en los niveles de desigualdad; la pirámide social se ha estrangulado; los ricos son cada vez más ricos y los pobres no pueden hacer oír su voz. El desempleo aumentó, principalmente entre los jóvenes, mientras se deteriora la calidad de los nuevos puestos de trabajo y amplias franjas de la sociedad están destinadas a vivir en la marginalidad. A 70 años de la finalización de la Segunda Guerra Mundial somos testigos de un nuevo orden multipolar donde China emerge desafiante frente al poderío americano dentro de un mundo convulsionado;amenazado por la contaminación y el calentamiento global, el terrorismo fundamentalista, la debilidad de la economía global y la fragilidad de las democracias. Parece que los líderes del siglo XXI están fallando en el objetivo de crear un mundo de progreso y prosperidad. Es esto así porque no están a la altura de los nuevos desafíos o porque el avance de los poderosos y los corruptos se los impide?. Es incapacidad, ineptitud o impericia? ¿O será que sólo buscan su propio bienestar? El dedo acusador de Churchill parece levantarse contra la incompetencia y torpeza de aquellos que han contribuido a sembrar la desesperanza, la mediocridad, el conformismo y la desigualdad. Corresponde a ellos aplicar las palabras que el propio Winston dirigió a sus rivales políticos de turno en la Cámara de los Comunes el 4 de octubre de 1947: "Estos desgraciados se encuentran en la oscura y desagradable situación de haber prometido bendiciones e imponer impuestos; haber prometido prosperidad y entregado miseria; haber prometido la abolición de la pobreza para, al fin de cuentas, abolir sólo la riqueza; haber alabado tanto su mundo nuevo para, finalmente, sólo lograr destruir el antiguo"

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