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Cómo China se convirtió en una potencia económica mundial


El interés por China ha crecido de la mano de su meteórico ascenso económico, que la ha ubicado entre las principales potencias del planeta. Sin embargo, el hecho más perturbador del siglo XXI es que la mayor transformación económica y social de la historia de la humanidad fue liderada por el Partido Comunista Chino.

En los años ochenta su producto bruto interno representaba apenas un 2-3% de la economía global. Un mero dato estadístico frente a la economía americana que concentraba un cuarto de la riqueza del mundo. Bajo el liderazgo de Deng Xiaoping, el gigante asiático fijó su prioridad en la modernización del país utilizando todos sus recursos disponibles y creando las condiciones necesarias para atraer ingentes inversiones extranjeras que aprovecharon una inmensa fuerza laboral de bajo costo para erigir al mayor productor de manufacturas del mundo.

Durante los últimos treinta años, China ha ofrecido al mundo: • Una deflación de precios al exportar productos a precios impensados en Occidente. • Una insaciable demanda de materias primas que no solo impulsó un superciclo de commodities sino que llenó de dólares los tesoros de las economías en desarrollo. • Un mercado de consumo de dimensiones únicas y potencial más allá de la imaginación. • Reservas internacionales por 4 billones de dólares con las que ha financiado los déficit de los americanos y europeos.

El dinamismo y complejidad de la economía china se traduce en grandes tendencias: • El aumento de la población urbana. • Reducción de la pobreza y la desnutrición. • El aumento y sofisticación de su clase media. • Una profunda huella ambiental producto de un enorme crecimiento que no reparó en sus niveles de contaminación del aire, agua y tierra. • Elevadísimas tasas de ahorro interno para financiar a los gobiernos locales, megaobras de infraestructura y al mercado inmobiliario.

China se ha convertido en la segunda economía del planeta y se posiciona como una nueva potencia en un mundo multipolar que presencia la gradual decadencia de Occidente y del orden nacido sobre las cenizas de la Segunda Guerra Mundial.

La economía china no solo es superior a la suma de la alemana y la japonesa juntas sino que tiene una tasa de crecimiento superior a la de las principales potencias. Un escenario totalmente impensado e inesperado hace treinta años.

Deng y su pragmatismo capitalista determinaron un crecimiento exponencial de la economía local al tiempo que revigorizaron su régimen comunista. La caída del muro de Berlín marcó el final de la Guerra Fría y de la bipolaridad soviético-americana para dar nacimiento a una predominancia americana unipolar que comenzó a resquebrajarse con la crisis financiera de 2008. China fue clave a la hora de ayudar al mundo a sobrevivir la crisis engendrada en el propio seno del capitalismo.

El gigante rojo evolucionó de ser uno de los Estados más aislados del planeta hasta convertirse en uno de los motores de una economía mundial totalmente integrada e interconectada. Esta interconexión hizo que el tablero geopolítico mundial sufriera un tembladeral en dos de sus elementos claves: energía y alimentos. China se transformó en el país con mayor demanda de energía del planeta y fue uno de los grandes responsables a la hora de llevar los precios del petróleo por encima de los 100 dólares por barril para luego beneficiarse con su caída.

China debe alimentar al 20% de la población mundial pero solo tiene un 7% del agua dulce y la tierra cultivable del planeta. Tamaño desafío hace que todo lo relacionado con la producción de alimentos sea una cuestión de Estado. Su demanda por alimentos la llevó a convertirse en un jugador determinante en los mercados de granos, carnes, lácteos, aceites, harinas, etcétera. China es el segundo mayor productor de granos (trigo, maíz, arroz y soja) del globo. Es el primer consumidor de arroz y soja así como el segundo de trigo y maíz. Para satisfacer su demanda interna importa la astronómica cifra de 70 millones de toneladas de soja por año.

La mejora del ingreso promedio llevó a su creciente clase media a impulsar el consumo de carnes que pasó de 8 millones de toneladas en 1978 a más de 70 millones en la actualidad convirtiéndose en el principal productor y consumidor del planeta. Aun así el consumo per cápita chino es de solo 54 kilogramos por habitante por año frente a la media de los países OCDE de 64 kilogramos por habitante por año.

La creciente clase media del «reino del centro» dio impulso a un gigantesco mercado interno donde se destaca el automotor con más de 20 millones de unidades. Esa misma clase media ha llevado a desarrollar un creciente mercado de artículos de lujo y el primero de transacciones online.

China busca un crecimiento en armonía donde la nueva normalidad impone tasas de crecimiento del orden de un dígito dejando atrás treinta años de un crecimiento promedio del 10%. ¿Podrá hacerlo? ¿Asistiremos a un aterrizaje suave de su economía o explotarán burbujas que descarrilen al país de su senda de crecimiento?

El artículo es una versión condensada de la introducción del libro "China. El gran desafío", de Horacio Busanello (Planeta)

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