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Fin de superprecios; ¿y de superimpuestos?


Los superimpuestos sobre superganancias no son muy comunes en el mundo, pero tampoco son rara avis. El Reino Unido los ha aplicado al sector de petróleo y gas (Petroleum Tax Revenue), Australia lo ha hecho sobre la explotación de carbón y mineral de hierro (Minerals Resource Rent Tax) y la Argentina hizo lo propio con las retenciones del 35% sobre el precio de la soja. El crecimiento de la economía china a tasas de dos dígitos derivó en una voracidad por materias primas que desembocó en un superciclo de commodities con precios récords de petróleo, minerales y granos creando el ambiente propicio para este tipo de impuestos. El objetivo fiscal de los mismos es netamente recaudador y su uso como fuente de financiamiento de gastos depende del perfil que cada Gobierno pretende darle al mismo ya sea para financiar inversiones en infraestructura, gasto público en general o para mejorar el tejido social de la comunidad con inversiones en salud, educación, vivienda y subsidios a los más desprotegidos entre otros. En la actualidad, la apreciación del dólar así como la abundante oferta de materias primas unidas a la debilidad de la economía mundial con China creciendo a tasas más moderadas hizo desplomar las cotizaciones de las principales materias primas. En el caso particular de la soja -a diferencia de otros commodities- la demanda china se mantiene muy firme habiendo subido de 60 m de t en 2013, a 70 m en 2014 y a 77 m en 2015. La combinación de las abundantes cosechas americana, brasileña y argentina es la gran responsable por la caída de su máximo histórico de 650 u$s/t a los actuales 320 u$s/t. La conclusión final para la soja, al igual que para otras materias primas, es la misma: "Se acabaron los superprecios". No hay más lugar para superimpuestos. La superrenta desapareció. Las retenciones también lo deben hacer. El productor argentino está en una situación límite, sin rentabilidad y con su cadena de pagos en crisis. Enfrenta la próxima siembra de soja como un último acto de fe con la esperanza que la cosecha, a cristalizarse el próximo año, lo encuentre con una combinación de precios, tipo de cambio, tasa de interés y presión fiscal que le permita recuperar un mínimo de rentabilidad. La aplicación de superimpuestos en momentos de caída de precios no sólo desalienta la inversión en tecnología sino que atenta con la supervivencia misma del sector. En este punto, debemos recordar que la Argentina compite con países que subsidian al sector agropecuario. Tanto la Unión Europea con su Common Agricultural Policy 2014 -2020 y los Estados Unidos con su Agricultural Act of 2014-18 continúan ayudando y subsidiando a sus ecosistemas agropecuarios. Asimismo, han inyectado una ingente cantidad de liquidez en sus economías facilitando el endeudamiento a tasas bajísimas. Por su parte, Brasil respalda al sector con crédito agrario a tasas preferenciales (Sistema Nacional de Crédito Rural). Esto les permite a los productores del vecino país vender toda su cosecha con la seguridad de tener una fuente de financiación accesible para iniciar la campaña nueva. Si bien Brasil no tiene subsidios directos la devaluación de su moneda en momentos de debilidad en los precios de los commodities genera un enorme incentivo a la producción. La variación del real vs. el dólar fue del 68% en los últimos 12 meses, motorizando al campo brasileño. La comparativa con nuestros competidores nos dejan mal parados. Nosotros no podemos fijar los precios del mercado de granos, que pueden seguir cayendo, pero en cambio podemos aumentar la producción y la única manera de hacerlo es devolverle la rentabilidad al productor. La peor pesadilla para la Argentina y para la generación genuina de divisas es ser la variable de ajuste en el área sembrada global. Perderíamos la oportunidad de crear un círculo virtuoso de crecimiento aumentando la producción de granos a tasas del 20% anual.

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